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viernes, 27 de septiembre de 2013

Sobre derrotas de Roma 1: Cannas

Ahora que estamos en plenas fiestas sobre los balbuceos de nuestra ciudad, en concreto rememorando aquel inicio de Otoño del año 209 a.C., en el que Roma comenzó a vencer, vamos a iniciar un repaso por todo lo contrario: las derrotas más dolorosas del ejército romano. Lo haremos de manera cronológica, empezando por la que creo es la peor derrota en época republicana: Cannas. 
Obviamente hay otros episodios. Muchos dirán que nos dejaremos otras batallas en el tintero. He escogido cuatro, como las más representativas dentro de lo que significó la cultura romana. Obviamente he dejado de lado las batallas de las Guerras Civiles, debido a que son luchas fraticidas, y gane quien gane o pierda quien pierda, considero que siempre es el mismo bando.
Comenzamos un caluroso día del verano del año 216 a.C. Hacía dos largos años que Aníbal, uno de los personajes más carismáticos de la Historia Antigua, general cartaginés de la familia Barca, había abandonado la ciudad de Krt-Hdst, construída en teoría ex novo para albergar la capitalidad púnica en la Península Ibérica.
Las tropas romanas, que habían sufrido dos graves reveses -y aún sufrirían alguno más hasta la llegada de Escipión Africano- en Trebia y en el Lago Trasimeno, confiaban en poder parar la máquina bélica de los púnicos. Hay que recordar, que pese a haber ganado la Primera Guerra Púnica, hasta entonces Roma era una ciudad que intentaba abrirse paso dentro de la Península Itálica. Y que había sido precisamente a la hora de llegar a Sicilia, lo que había provocado, en parte, ese primer enfrentamiento con Carthago. 
El ejército púnico, si hacemos caso a las fuentes primarias sobre las Guerras Púnicas -Polibio, Tito Livio-, estaba formado casi prácticamente por tropas auxiliares procedentes tanto de los celtas galos, como celtas del norte de Italia, iberos, númidas, libios, etc. Pero no hay que engañarse sobre esta visión, que intenta buscar un por qué a la derrota de Carthago, basándose en que el ejército romano era mejor por estar formado por gentes de la ciudad de Roma y alrededores en gran medida. En los estudios realizados por Fernando Quesada, vemos como el ejército, al igual que el resto de caracteres sociales de la ciudad de Carthago, estaría muy influido de la cultura griega. Una cultura que tuvo mucho que ver también en el desarrollo del ejército romano, por lo menos hasta el siglo IV a.C., cuando previsiblemente cambia el concepto y aplicación de la lucha. De hecho, el ejército romano estaría peor preparado que el púnico para esta guerra, debido al modo en que se elegía dicho ejército, si hacemos caso a Polibio: en la plaza del foro de Roma, dependiendo del nivel adquisitivo y la edad. Repartidos en cuatro filas de infantería: veles, hastati, princeps, triari; más los socii y las alae de caballería.

Parte de los efectivos de una legión consular romana 
(ed. Osprey)
Representación efectivos púnicos (ed. Osprey)



















Así pues, tenemos, en esa llanura cercana a Cannas, a dos ejércitos, que tendrían cosas en común, como el uso por parte de ambos de los llamados socii -las tropas auxiliares- y cosas diferentes, como parte del armamento y defensa corporal. 
El ejército romano, comandado por  los cónsules Varrón y Emilio Paulo, al mando de dos legiones consulares cada uno más sus respectivos auxiliares, acamaparon a unos ocho kilómetros del campamento de Aníbal, construyendo dos campamentos: uno central más alejado del que fue escenario de la batalla, y otro de menores dimensiones, al cruzar el río Aufidus. 

Últimos movimientos de la batalla. Los rectángulos rojos representan los campamentos romanos.
Según nos cuenta G. Brizzi en su libro Escipión y Aníbal. La guerra para salvar Roma, fuente historiográfica de las más actuales que han tratado de una forma u otra el conflicto, la elección de Varrón como Cónsul ese año se debía más a la desesperación de la gente, que veía en el ímpetu de este hombre nuevo, una corriente de venganza reclamada por todos.
Tanto la historiografía como Brizzi, así como fuentes primeras más cercanas a la batalla, como Polibio (III, 118), echan la culpa de lo ocurrido en Cannas a los cónsules, especialmente a Varrón. Pero esto puede tener otra lectura, si consideramos que el otro cónsul era Emilio Paulo, suegro de Escipión el Africano; y si tenemos en cuenta que Polibio escribe sus Historias a sueldo de la familia de los escipiones. Parte de la obra se dedica a limpiar la imagen del Africano, vilipendiado al final de sus días, ya que fue acusado de robar dinero del erario público en sus campañas bélicas.

Volviendo a la batalla que nos ocupa, según también Polibio, se había encargado a algunos mandos el realizar lo que hoy consideraríamos una guerra de guerrillas (III, 106-4). Esto nos puede dar una imagen del miedo que tenía Roma a enfrentarse al ejército púnico. Pero nuestro amigo Varrón, justo el día que le tocaba tomar el mando de las 16 legiones a su cargo (ocho romanas y ocho de socii), decidió atacar en campo abierto a un Aníbal que se sabía superior, no en número, pero sí en táctica.
Casi todo el ejército fue masacrado en aquella llanura a los pies casi de la ciudad de Cannas, aquel día después de las Kalendas de Agosto del 216 a.C.
Esta derrota, la tercera seguida en un año sufrida por la ciudad del Lazio, provocó la casi derrota total en la guerra italiana. A esto, hay que unir, las deserciones dentro de los socii, como nos hace saber el mismo Polibio en referencias posteriores a la batalla, cuando la compara con la situación entre las poleis griegas en la misma época (V, 111-8).
Obviamente, tras este espectáculo sangriento del que solo unos pocos se salvaron, Aníbal tenía abiertas las puertas de Roma. Una ciudad que nunca tomó, a la que nunca entró y de la que sólo pudo apreciar el aroma de los bosques cercanos.

Próxima entrega: Carrae

martes, 3 de septiembre de 2013

Nuestros espacios

Entrar en cualquier tipo de templo suele despertar en el Ser Humano, por lo menos en muchas de las personas que conozco, una sensación de Paz interior, que transporta al que la vive a lugares inciertos de su mente. Un estado que en pocos sitios podemos encontrar, sobre todo, en este mundo que cada día nos conduce de manera más rápida a cualquier sitio. 
Pensaba en estas cosas al entrar el pasado día 25 de Agosto en la Iglesia del Estrecho de San Ginés, pedanía cartagenera, para colaborar con mi presencia y la de otros compañeros de causa, en la promoción de la procesión que cada año, sus habitantes le hacen al santo. Un santo cuya adoración se pierde en el tiempo entre reyes francos, monjes godos y cabezas galas cortadas. Un santo al que hemos dedicado en este espacio numerosas líneas porque apostamos por la regeneración del espacio que históricamente ha ocupado su santuario frente a las costas del Mar Menor, en un camino transitado desde antiguo por numerosas culturas, y que ahora ve pasar a los miles de coches que cada día atestan en verano la carretera que une Cartagena con La Manga, preguntándose muchos de los ocupantes de esos vehículos hasta cuando tiene que dormir ese convento el sueño de los justos.
No es que de repente el que escribe se haya vuelto un ferviente creyente, pero amo el patrimonio histórico como cualquier persona con dos dedos de frente, y a muchos nos gustaría poder desentrañar y sacar a la luz la Historia que todo ese conjunto esconde. Al igual que otros compañeros, en otro tiempo, han hecho en sitios que, si bien tienen una carácter religioso para las personas que los han construido, para los que los estudian o los visitan, muchas veces tienen un sentido de tranquilidad, sosiego y paz.
En muchos de los templos que he podido visitar, -y confío en que aún me queden unos cuantos por ver-, tanto de religión cristiana, como islámica, judía, romana, ibérica, los "arquitectos" han conseguido el propósito para el que construyeron el edificio, o ambientaron el espacio: conseguir que la persona que se introduzca en él, se sienta más cerca de su dios. 
En visita hace unos pocos años por algunas de las iglesias románicas del Pirineo catalán, recuerdo la sensación de proximidad con el Pantocrátor de Tahull, la luz tenue en el interior. O la Saint Chapelle de París, con unos muros casi inexistentes. El Santuario de la Encarnación de Caravaca, que antes había sido un templo romano, y aún antes un santuario ibérico, que nos da la bienvenida reutilizando toda la planta de la cella romana para realizar la ermita. Una ermita que, anque vacía, relaja los pensamientos negativos.
En fin, todo un complejo sistema de propósitos que intentan ayudar al creyente, y a los que no lo somos tanto, a llegar a la conversación directa con el dios de turno, o a sentirnos en un espacio que nadie nos puede perturbar: el nuestro.