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martes, 22 de octubre de 2013

Sobre derrotas de Roma 2: Carras o "La envida de Craso"

...Este hombre, por lo demás intachable e inmune a los placeres
no conocía medida ni aceptaba límite en la ambición de riqueza
ni de gloria...
(Vel. Pat. II-46)
De ésta manera definía, al empezar a hablar sobre la campaña fatal contra los partos, Veleyo Patérculo, el historiador romano, a Craso.
Si alguna batalla supuso un shock para la alta sociedad romana del siglo I a.C. -al margen de lo que supusieron las guerras civiles-, ésta sería la de Carras. Con esta pérdida y, sobre todo con la muerte de Craso, se acababa una época que había comenzado apenas unos decenios antes con la guerra que había llevado a Sila a ostentar un poder no visto en Roma desde que se fundara la República. Se comienzan a ver entonces los primeros atisbos de los personalismos que caracterizarán la política del siglo I a.C. y que acabarán con la intromisión del último Triunvirato y la llegada de Octavio -sobrino-nieto de César- al poder supremo y fundando el Principado.
Varios hechos refrendan ese cambio en la mentalidad del político-militar romano. Tal vez uno de ellos, imperceptible a veces, sea la creación de unos ejércitos privados que, si bien son vistos en épocas anteriores, ahora cobran más importancia para el personaje que los paga. Incluso algunos autores han querido ver en estos "guardias privados" el prototipo de lo que más tarde será la Guardia Pretoriana en tiempos de Augusto. Una guardia que, sobre todo en el siglo II d.C. llegará a ostentar un poder que incluso depondrá y pondrá emperadores.

Mapa del Imperio Parto, en el que podemos ver Carras
Si por algo se conoce a Craso, es por esta batalla, librada en el año 53 a.C. en la zona que actualmente se encuentra en la frontera de Turquía e Irak, aproximadamente. En época romana era una zona que había pertenecido al rey Tigranes y que estaba ligada al Imperio Parto. Los partos eran grosso modo, descendientes de los antiguos persas y ascendentes de los próximos sasánidas. Un problema al que Roma tuvo que enfrentarse desde que comenzaron los contactos con el Oriente mediterráneo. Y un problema, al que el envidioso Craso intentó, como otros tantos a lo largo de la dilatada historia romana, poner fin. Pero si hubiera logrado lo que pretendía, no estaríamos escribiendo sobre él ahora mismo.
Corría el año 53 a.C. (700 a.u.c.) cuando a este insigne personaje de la alta sociedad romana se le encargó, no sin pretenderlo él mismo, el ser "gobernador" de la provincia de Siria. Ya Cicerón nos cuenta en sus Áticas, los malos augurios que se dieron justo a la salida de Craso para Siria. Obviamente, este aderezo religioso-profético es usado en muchos relatos para remarcar, a toro pasado, que una cosa iba a salir mal. Ejemplos los encontramos en toda la literatura latina.
Según nos narran otras fuentes como Plutarco o Dión Casio, más lejanas en el tiempo al hecho, lo que movió a Craso a realizar esa incursión en territorio parto fue la envidia que le daba el ver como sus compañeros tenían éxito en sus campañas ulteriores. Pompeyo en el año 56 a.C. había obtenido el triunfo por su campaña oriental y César estaba a punto -solo un año después fue la batalla de Alesia- de conquistar toda la Galia. Así pues, parecía que el "hombre más rico de Roma" perdía terreno en cuanto a popularidad de refiere con respecto a sus colegas de gobierno.
Sí bien no es del todo cierto la afirmación de los autores romanos sobre que desde el comienzo de la campaña siria todo estaba perdido, dando una visión de Craso que no se amolda al rango ni a otras acciones realizadas en el pasado por el personaje, sí que la batalla de Carras parece una evolución de despropósitos desde su comienzo.
Disposición de los ejércitos en la Batalla de Carras (53 a.C.)
Tal vez, deberíamos echar más culpa de la pérdida al hijo de Craso que al mismo personaje en sí, puesto que es el joven el que parece aventurarse en persecución de un pequeño contingente parto que resultará ser un señuelo para separar al joven y su ala de caballería del resto del ejército de su padre. A esto deberíamos añadir la implicación de cierto sector de los auxiliares del ejército romano, de origen parto, que desertaron y se sumaron al contingente de Surena. Y es curioso añadir que, mientras los efectivos romanos triplicaban en teoría a los partos, fueron casi masacrados, algunos de los oficiales asesinados, y los restos de una legión parece ser que se perdieron en la inmensidad de Mesopotamia.
La táctica usada por los partos y a la que hemos hecho referencia en el párrafo anterior, fue la división del ejército romano en dos fracciones, que se vieron rápidamente rodeadas por los arqueros enemigos, casi sin posibilidad de huída, pese a estar en terreno en teoría favorable, entre suaves montes si esceptuamos donde se encontraban las poblaciones cercanas, entre ellas Carras, donde parte del ejército se refugió tras la gran primera batalla frente a esta.
Tras un día de encrudecida lucha, ambos bandos acordaron verse y pactar una tregua, lo que fue aprovechado por los partos para matar a Craso y, según nos cuentan fuentes como Plutarco, rociar su garganta en oro. Suponemos que esta historia sobre el oro puede estar relacionada más con magnificar el hecho de la pérdida que con la historia real y podemos interprearla como un intento de expresar, por parte de los romanos lo que alguno habría hecho a Craso si se lo hubiera encontrado tras el desastre que supuso su avariciosa y envidiosa campaña siria.
Pero el ardor sangriento parto no había sido colmado todavía. A los supervivientes se les ofreció escolta hasta Siria. Algunos junto con Casio regresaron por sus propios medios pues, como nos cuentan Dion y Plutarco, después de lo que le había pasado a su Consul, no podían confiar más en lo que ellos considerarían un Imperio de falsos y mentirosos. Pero un Imperio que les venció y les volvería a vencer y crear problemas, con diferentes nombres, durante los siguientes quinientos años. El resto, lo que sí confiaron en los partos, se enfrentaron a una muerte segura. Aún así algunos sobrevivieron el tiempo suficiente para volver a la libertad unos decenios más tarde, cuando Augusto, ya emperador, negoció su vuelta a Roma. Una vuelta que para muchos es ficticia, lo que ha creado ese halo de imaginación sobre una legión perdida, surcando ríos y mares de dunas, hasta llegar a lo que en época romana se llamó Sera Maior (China). Concretamente a una región del Noroeste, donde hoy en día se siguen investigando parecidos entre costumbres de la zona y las propias romanas.
Casualmente Surena, el general parto que había masacrado a Craso, sufrió una suerte parecida, pues fue asesinado por su emperador Orodes para que no intentara levantarse contra él, siempre según el relato de Plutarco.
De ésta manera acabó sus días el que había sido llamado "el hombre más rico de Roma". Un personaje digno de estudio que una vez soñó con mantener a todos sus colegas dentro de su puño, manejando sus vidas como lo había hecho su maestro Sila años antes. Pero la codicia y la envidia en los nuevos personajes más jóvenes -Pompeyo y César- hicieron que perdiera la cabeza...de manera literal.

Próxima entrega: "Teutoburgo, el azote querusco".