El día 27 de Diciembre de 2012 entendí, creo, claramente, lo que significaba para un romano, por otro lado una persona como usted y como yo, pero con toga y del siglo I, la muerte de un ser querido.
Se han tenido que ir algunos cercanos, para darme cuenta de las maneras tan parecidas que, en ocasiones, tenemos de llevar el duelo. Y de "festejarlo". No es que me haya alegrado de ello, obviamente, pero ese día, ocurrió algo que nos acerca a todos mucho más a esa cultura que parece tan lejana, y tan cercana al mismo tiempo. Esa cultura que nos legó muchas de nuestras tradiciones, y de la que nunca nos cansaremos de escribir sobre ella, especular, investigar, excavar, ...
El día de Navidad, murió una de las personas más importantes dentro de mi círculo familiar cercano. Una persona que había vivido la friolera de cien años, aguantando, mirando siempre hacia delante; llevando de la mano a sus hijos en los duros días de posguerra Civil. Una mujer de armas tomar, y una de las personas más inteligentes que he conocido.
Esos días sirvieron para unir a la familia, alejada por los kilómetros recorridos en la vida y en la geografía hispana. Todos estábamos de acuerdo en que, aunque nos da pena perder a un ser querido, ella había vivido mucho, y que ahora descansaría.
Así pues, para recordar su persona, se celebró una comida familiar, en la que pocos faltaron, sin duda por la lejanía. Y el hecho de celebrar esa comida, esa reunión en la que se recuerdan hechos pasados, sobre todo buenos, con la persona en cuestión, es lo que, en nuestro subsconsciente, nos acerca, una vez más, a nuestra amada Roma.
Ellos, el día del entierro de un ser querido, tras el funeral, se reunían alrededor de la tumba para comer, reir, recordar al difunto, ... Y es exactamente lo que he podido ver reflejado en esa acción tan cercana a mi persona. Y el hecho de poder comprender una actitud tan separada de nosotros en el tiempo, es, sencillamente, increíble e indescriptible.
Somos el producto de recuerdos unidos por hilos culturales, que, algunas veces, miran al pasado y al interior del ser humano, buscando en los lugares más recónditos de la mente, y sacando aquello que nos une, aunque hayan pasado veinte siglos.
Somos, igualmente, un reflejo de lo que otros han sido en otros tiempos. Con mentalidades parecidas y diferentes, cercanas y lejanas. Pero siempre en constante evolución, aunque con unos parámetros iguales de comportamiento en algunos conceptos básicos de la especie.
Es igualmente maravilloso ver como todavía hoy, en algunas partes de este mundo mediterráneo, el día de los Difuntos, familiares van a los cementerios a comer con sus antepasados o seres queridos, en esa unión que hace el compartir un mendrugo de pan, o un vaso de agua. Los romanos, incluso hacían unos tubos que unían la tumba con el exterior, por los cuales se introducía comida al muerto. Y, tras el entierro, toda la familia iba a un lugar público a que se abriera y leyera el testamento del difunto.
Es increíble cómo puede llegar a comunicarse nuestra especie...
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