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domingo, 1 de abril de 2012

La figura y el miedoso (II)

En un abrir y cerrar de ojos, Castor se encontró perdido en un laberinto de pasillos sin luz. La tormenta tronaba al exterior; y a veces, parecía que se iba a desprender el techo de la gruta. No encontraba el camino de vuelta. Comenzó a encontrar cuerpos envueltos en sábanas blancas de lana, algunos de ellos desvencijados. Otros, sin embargo, permanecían desnudos al paso del joven miedoso. Pero no eran humanos, sino cuerpos de cera, que representaban tanto a hombres como a animales, con cara de sufrimiento. 
Se acercan.
Castor sigue corriendo, ésta vez más rápido, pero es imposible.
Le están rodeando, lo siente. Siente que otra luz se acerca de frente. 
Se para. Respira. Se sienta. No puede hacer nada.
De repente, una nube de personas con antorchas se aproximan. Unos desnudos, y otros vestidos. Sólo hombres, que le miran con cara de asombro pero a la vez de satisfacción. Esa satisfacción que de al comprobar que es alguien conocido. Alguien en quien poder confiar. Sus hermanos, que habían salido a buscarlo, junto con el mayor, el cual estaba atronando tambores un tiempo atrás, lo miran de manera paternalista. 
Él no entiende nada. Sólo ve una amalgama de cuerpos, entre los que reconoce algunos, pero otros llevan las caras tapadas. Ve luces borrosas, todo se nubla. Se desmalla. 
Es de día.
Castor se despierta súbitamente en su cama. Todo es normal. Ha vuelto a ser normal. Pero recuerda perfectamente todas las cosas que encontró en la gruta: las figuras, la gente desnuda, sus hermanos. No sabe cómo podrá reaccionar a esa experiencia; o si le habrá pasado algo a ellos. Aunque no parecían estar en peligro. Todo es muy confuso. 
Se levanta.
Se viste con el primer harapo que encuentra en la única silla de su habitación. De hecho, es la única decoración de su habitación, junto con su cama de paja, construida por él mismo. Duerme en la zona de arriba de una casa labriega, al comienzo de la aldea, con sus tres hermanos, -dos menores y uno mayor-, y con sus padres, Pullis y Cornia.
La casa se dispone en un piso inferior, donde se encuentra la cocina y el salón, junto con la habitación donde duermen sus padres. Fuera, en una casa aparte, viven sus tres hermanos, pues no hay sitio para todos en la casa grande. Además, tienen un pequeño pajar, en el que guardan una vaca; y un pequeño edificio para el ganado. Se podría decir, que dentro de la comunidad, son de las familias más importantes, aunque no se rigen por las normas de la ciudad que los domina. Prefieren seguir un esquema de reuniones de los mayores en la plaza central de la aldea, bajo el viejo árbol, en el cual, dicen, se apareció San Pedro hace cien años.
Pero sus padres le explican que esa fue una artimaña de los sacerdotes de la ciudad, para que las personas del pueblo se convirtieran al cristianismo, y construir la pequeña iglesia que se erige sobre el cerro que gobierna el valle en el que se encuentran.

Castor sale de su habitación y se dirige, escaleras abajo, al salón. Todo está tranquilo. Sus padres lo miran, y ríen de felicidad. Ya es uno de los suyos.



Máscara etrusca