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jueves, 25 de abril de 2013

Decíamos ayer...

Parafraseando al maestro Unamuno -supuestamente-, recogemos lo expuesto en la tertulia literaria que ayer, como viene siendo habitual desde hace un par de meses, venimos celebrando en La Unión.
Hablábamos de literatura y cine distópicos, que son aquellas obras que nos hablan de un universo completamente contrario a lo utópico, mostrándonos sociedades corrompidas y encerradas en una vida circular. Unas sociedades, como las plasmadas en las obras 1984 o Un mundo feliz en las que, por ejemplo, los libros están prohibidos, hay unas organizaciones o gobiernos -como en la famosa novela gráfica V de Vendetta o Mauss- que dirigen toda la vida de los habitantes de un mundo que, aunque nos parezca muy lejano, tiende en los últimos tiempos a estar más cerca de lo que creemos.
Unas historias que tienden a desembocar en revueltas de carácter violento ya que, por desgracia, esos políticos o dirigentes sólo ven peligrar su modelo de vida cuando una muchedumbre les ataca directamente. De nada vale la protesta pacífica, que es vista como algo que roza el terrorismo, o las movilizaciones sociales que, en estas novelas, apenas existen porque la mayoría de la sociedad no es capaz de movilizarse. Está atrapada en ese vórtice de hacer cada día lo mismo. La familia tampoco existe o es visto como algo ajeno a la sociedad.
Hoy mismo, en los informativos de varias cadenas de televisión -pagadas en parte cada una por un bando político o lobby-, se nos habla de una posible revuelta de carácter violento esta misma tarde en Madrid, para rodear el Congreso de los Diputados. Varias personas han sido detenidas en relación a estos hechos, con armas caseras y petardos con los que intentarían, de una manera "antidemocrática" llamar la atención. Éstas noticias se unen a las aparecidas en diversos medios de comunicación en las últimas semanas sobre los escraches o los suicidios de personas que no pueden pagar la hipoteca. Hoy mismo una persona se ha intentado prender fuego en otra ciudad de España, cogiendo el repentino modelo griego que vimos el año pasado. 
El hecho es que, los políticos en general, niegan la mayor sobre todo el caldo de cultivo que se está produciendo en una sociedad cada vez más harta de la situación general. Todavía son pocas las personas que han reaccionado a esta situación en la que nos vimos embarcados hace ya cinco duros y largos años. Una situación que, los que tenían dos dedos de frente se veían venir hacía casi diez años. Pero una situación creada por los mismos que dicen que nos pueden sacar de ella, que esto es pasajero.
Por desgracia, la Historia nos ha demostrado en otras ocasiones que estos repuntes, a veces violentos, no suelen acabar bien. Desde los intentos de cambios en las leyes romanas que dieron con la creación del Prefecto de la Plebe, pero que costó la vida de los hermanos Graco, hasta la muerte de la sucesora de Mahamma Gandhi a manos de un sector extremista de la sociedad india, se nos ha demostrado que muy pocas o casi inexistentes han sido las veces que los grandes cambios de la sociedad se han dado de manera pacífica. 
Enlazando con las novelas distópicas, vemos como todo intento de expresión pacífica por parte de un sector de la población, es repelido por la clase política de manera insultante, tildando a esos movimientos que son en esencia pacíficos, como "antidemocráticos" o "nazis", cogiendo declaraciones literales de algunos "representantes" del pueblo. Se ningunea a una gran parte de la población que lo está pasando verdaderamente mal, dando a entender que son personas ajenas a la sociedad, que no usan los cauces democráticos para expersarse. Pero, ¿cuáles son los cauces democráticos? Según nuestra Constitución, de la que todos nos saltamos algún artículo de vez en cuando, la manifestación es un cauce democrático. Pero una nueva ley recientemente aprobada, nos dice que a partir de doce personas reunidas en la calle puede ser considerado como organización o manifestación y puede ser repelida por las fuerzas del orden. Unas fuerzas del orden a las que también se exprime y que, en algunos casos han llegado a desobedecer órdenes porque no están tampoco de acuerdo con sus dirigentes.
Nuestra Constitución también recoge que todos tenemos derecho a una casa, cosa que, como vemos en los últimos años, es harto difícil para un gran sector de los habitantes de nuestro país, sumándose a los millones de habitantes de otros países que no la tienen. Pero las entidades bancarias que hace ocho años te daban dinero para la casa, el coche, los muebles, las vacaciones y hasta para cuidarte a los niños, hoy en día no dan dinero para nada, y eso que entre todos les hemos dado de nuestro bolsillo más de veinte mil millones de euros. 
Vivimos en un país, en particular, en el que en los últimos años, la sociedad ha vivido relajada, acostumbrada al pan y circo ofrecido por diferentes gobiernos, hasta que el pan se ha acabado. Pero el circo sigue pululando por nuestros medios de comunicación, intentando fabricar masas de personas a las que no les interese nada. Se trata, por todos los medios, de que no exista una cultura crítica en el país. No se han prohibido los libros, pero casi nadie lee porque "todo está en internet". Los que nos han gobernado, y los que nos gobiernan, idean planes educativos para que estuidemos lo que ellos quieren, y no la verdad. Los nacionalismos, tantos centralistas como periféricos, omiten información en sus "historias" de manera salvaje para justificarse. Y nos llevan de manera inequívoca a su redil, haciendo que desviemos nuestra atención de los problemas verdaderos y nos peleemos de manera dialéctica entre nosotros por cosas que tienen, desde luego, menos importancia.
Por desgracia, y me reitero en lo escrito anteriomente, casi ninguna revolución pacífica ha llegado a buen fin, convirtiéndose en violenta cuando realmente ha cambiado las cosas. 
Espero equivocarme, pero de aquí a poco tiempo viviremos en un mundo feliz.

miércoles, 10 de abril de 2013

Ignatius (2)

-¡Es la última vez!. No es posible que unos cientos de hombres armados, hayan pasado el limes sin que nuestros centinelas se den cuenta. Es imposible. ¡Es increíble!-

La voz atronadora del Dux sonaba de fondo, mientras dos soldados conversaban tras la puerta de la sala de audiencias. Una sala improvisada que, en otro tiempo, había sido la parte fría de unas termas. Esto ayudaba a que el ambiente se volviera más gélido y lúgubre por momentos.

-Parece que está cabreado. La verdad es que esta vez tus hombres se han lucido-, comentaba Kostas.

-El caso es que quieren que estemos alerta durante todo el día. Pero no dispongo ni de hombres ni de alimentación necesaria. De ésta manera, poco nos queda ya que hacer aquí. Tanto tú como yo, y muchos otros sabemos que estas campañas inútiles son obra del pensamiento de un loco. Un loco al que no le importa la muerte de sus hombres, mientras nos observa a semanas de distancia-.

La verdad es que Amanatidis llevaba toda la razón, pensaba Kostas. Ellos llevaban la friolera de más de diez años fuera de su Capadocia natal, luchando por mantener unas fronteras que sólo servían para el orgullo del César. 

La sala en la que se encontraban, el antiguo vestuario de esas termas, todavía conservaba algunas viejas lápidas en las que se podían leer las normas de uso de las mismas, las cuales eran diferentes para gladiadores, ciudadanos e incluso con los horarios para mujeres y hombres. El interior de la sala, conservaba la decoración marmórea de antaño, con piezas procedentes de todas las partes del antiguo Imperio, el de Augusto. El pronunciar su nombre todavía daba respeto, y más cuando se encontraban en ciudades como aquella que, sin duda, había sido promocionada por él mismo y su familia. Su imagen y su nombre lucían todavía por todas partes. Pero ya no adornaban paredes relucientes del foro de la ciudad. En la actualidad, en muchas de las casas, se podían encontrar restos de lo que en otro tiempo habían sido proclamas en piedra para con el Padre de la Patria, Augusto. El que había traído la Pax. Aquel en el que todos veían, ya en vida, a un nuevo dios, que Tiberio se había encargado de crear. 

Ese tiempo ya había pasado. Toda la suntuosidad que un día había rodeado a ciudades como ésta, se desvanecía entre el polvo acumulado de edificios vacíos, calles desposeídas de sus losas y una sensación de apatía entre los pocos habitantes que quedaban en ella. Poco tiene que ver esta imagen con la que se hubiera encontrado el escritor Polibio unos siglos antes cuando, acompañando a Escipión Emiliano en su llegada a Hispania, había descrito esta población como si fuera un ejemplo para el orbe romano.

Aunque los altos muros, todavía visibles, del foro y sus edificios aledaños se encargaban de recordarlo paso a paso desde que se entraba a Spartaria, la antigua Karthago-Noua no era más que una alargada sombra desposeída de la vida a la que estuvo pegada algún lejano día. Una sombra fría, marchita, y llena de recuerdos atrapados entre las paredes de habitaciones como en la que se encontraban Kostas y Amanatidis. Unas habitaciones en las que, si te quedas en silencio durante un buen rato, todavía puedes oir el tintineo del agua, las risas y llantos de las personas que por ahí pululaban, las zancadas de niños correteando por las salas, los sonidos, en fin, de una ciudad viva.