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sábado, 10 de diciembre de 2011

Desde Chinchilla con nostalgia futura...

El olor a lumbre encendida me indica que he llegado a la tierra del llano; donde la niebla vespertina hace temblar los termómetros y personas de expresión seria y amable se encaminan a vivir un nuevo día.
El calor del brasero bajo la mesa, hace que mis fríos pies encuentren la templanza que necesitan, en un hogar con más de mil historias por contar. Con una fachada de realce blanquecino calado, que recuerda a tiempos inmemoriales, cuando nuestros antepasados musulmanes recorrían estos caminos construidos por romanos. Cuando la mesta y la agricultura eran casi el único modo de vida conocido, en una ancha Castilla. Y cuando la antigua Cinxaella daba la bienvenida a cualquier viajante que, como yo, hacía varias noches degustando los ricos manjares de una tierra infinita.
Paseando por estas cuestas, se puede oler el perfume del pasado. Un pasado que se muestra presente cuando ante nosotros, erguido como un antiguo gigante, se muestra el antiguo castillo del Señor de Villena; testigo de tantos desmanes, desde las guerras civiles Castellanas del siglo XV hasta los últimos coletazos de la cruenta Guerra Civil que asoló nuestro país, hace unas cuantas décadas. O cuando, escondidos tras unas viejas puertas grandes de madera, pintadas de un color entre grisáceo y azulado, aparecen ante nosotros los baños árabes de Chinchilla, tapados pero conservados hasta el extremo. Bajando hasta la Plaza de la Mancha nos encontramos, además del epicentro de la ciudad, con un conjunto armonioso de la arquitectura de diferentes épocas. A un lado los pórticos, presumiblemente con un origen en el siglo XVIII, que hoy en día acogen varios locales. Al otro, la Iglesia, maltratada por los franceses durante la Guerra de Independencia. Y frente a nosotros el Ayuntamiento, con una efigie en piedra del rey Carlos III. Pero si nos adentramos por el callejón de la derecha, veremos la fachada original del siglo XVI, realizada en época de Felipe II, junto con otros edificios públicos construidos cuando los austrias menores gobernaban un imperio con pies de barro "sobre el que no se ponía el sol". En fin, toda una mezcla de arquitecturas, de historias con mayúsculas, como les gusta a unos muchos. Pero también con microhistorias que se entrelazan para formar un todo conjuntado. Esas microhistorias surgen en los callejones, que da gusto recorrer, sobre todo entre Septiembre y Noviembre, cuando el amigo frío no ha hecho del todo su aparición. Si se tiene aspecto de "guiri" como en parte un servidor que escribe, se corre el peligro de que le hablen a uno de manera alta y pausada. Son las...cosas de la vida, son las cosas del querer, como diría la canción.
Escribo estas líneas, como digo, bajo la protección del brasero, un instrumento que en mi no tan lejana tierra, apenas sí tiene sentido, debido a nuestra dependencia climática del mar. Un mar que te da brisa en verano y humedad en invierno. Y del que todos nos acordamos tarde o temprano, debido al recuerdo a modo de reuma que nos deja en la espalda.





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