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martes, 24 de enero de 2012

Querido Sherlock

Recientemente, concretamente desde mediados de 2011, vengo siguiendo una serie sobre el tantas veces nombrado Sherlock Holmes; personaje creado por Conan Doyle en 1887. Dicha serie, resulta toda una novedad que, lejos de ser una repetición de lo anterior, nos acerca a un Holmes del siglo XXI, pero sin perder un ápice del carácter que Doyle le imprimiera en los últimos años del siglo XIX. 
Por otro lado, muchas obras se han realizado sobre el personaje: teatro, cine, televisión, series de dibujos animados, lecturas radiofónicas. Y otros muchos se han inspirado en él: "Detective Conan" (serie de dibujos animados japonesa) y el carácter de House (el famoso médico televisivo americano, interpretado por un inglés). 
He de decir, que al igual que dicha serie, las películas de Guy Ritchie, lejos de ser obras de arte del cine, entretienen a su modo; y hacen pasar un rato agradable en el cine. El Sherlock interpretado por Downie Jr. tiene poco que envidiar a otros presentados en filmes anteriores, si acaso esa faceta más aventurera que investigadora. Cosa que sí aporta la serie de la BBC, de la que hace unas semanas se ha estrenado la segunda temporada en el canal TNT España; simultáneamente con la primera temporada en la menos querida por el que escribe, Antena 3.
Como hemos dicho anteriormente, a muchos personajes ha inspirado este ser tosco, frío, calculador, y poco amigo de lo social. Pero, creo, muchos de pequeños, al ver esa serie de dibujos animados en la que Sherlock era un perro, queríamos ser como él. Resolver crímenes y robos; ayudar a nuestra manera... Y eso es lo que parece que ha vuelto con esta revolución del mundo "Doilediano", por llamarlo de algún modo. 
Doyle tuvo otros títulos en su obra literaria, como El mundo perdido, totalmente desaprovechada por la televisión en una serie de ingrato recuerdo, y que curiosamente se parece a Jurassic Park, de otro gran escritor, Michael Crichton, llevada al cine en 1992 por Spielbreg. De hecho, esa novela, era el comienzo de otras andanzas literarias, las del profesor Challenger, y sus viajes por lo desconocido, en Sudamérica.
Un dato curioso que me vino a la mente mientras veía en el cine la segunda entrega del Holmes de Ritchie, fue el como Doyle se anticipa a la política de comienzos del siglo XX, con una aparente Paz. Pero una Paz armada, en la que los diferentes asesinatos por uno y otro bando, hacen que se llegue a una calma tensa en la política europea. Es el clima que él creía que se daba en Europa, desde la década de los 80 del siglo XIX, debido a los continuos conflictos políticos entre las potencias europeas por el control de la Colonización en África y Asia. Conflictos que, años más tarde, darían a la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Más tarde, ya tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), veríamos una segunda etapa, ésta vez con la Guerra Fría, donde USA y URSS se jugaban el controlar puntos estratégicos a modo de colonización económica, para jugar sus bazas en la política internacional, y hacer que el resto de naciones les bailaran el agua. Fruto de ese conflicto no armado, surgirían la guerra de Corea, la de Vietnam, o la de Afganistán.
Y vemos cómo Doyle, dentro de su interpretación de lo que pasaba, se adelanta casi veinte años a los acontecimientos históricos. Él viviría tanto la primera Guerra Mundial, como parte del periodo de "entreguerras", pensando, tal vez, que había dado en el clavo con sus anuncios insertos en sus novelas.
Otro punto que me llamó la atención de manera desmesurada, es que, en el mismo film, vemos como Moriarti es, además de un distinguido profesor de universidad, una mente que piensa en lo económico, y que, con sus empresas de suministros, quiere armar a toda Europa. De ésta manera, una bomba tirada por un alemán, sería de la misma empresa que la tirada por el francés. Y así sucesivamente. 
No sé si Guy Ritchie cogió a Holmes por las razones que se puedan ocurrir, o porque le guste el personaje y quiera darle otro matiz, u otra "vuelta de tuerca" (Turn of screw), a los personajes de Doyle. Pero las comparaciones, ésta vez, no son precisamente odiosas, sino parecidas en extremo.



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